La divorciada

Llegué a la fría recepción inundada de ojos femeninos triturados por la desgraciada espera. Tosí como si tuviese pimienta en la garganta para espantar la ola de cansancio, pero solo dos mujeres alzaron la mirada y la bajaron nuevamente, hipnotizadas por unas revistas manoseadas, llenas de frases motivacionales para ser las esposas perfectas. Caminé hacia la secretaria, quien me lanzó un cuestionario de mala gana. Lo primero que debía escribir era nombre y apellido. Escribí una intrépida L que luego no sabía cómo tachar, así que avancé a la siguiente celda que debía contestar con una X a la interrogante: ¿estado civil? -Soltera, casada o viuda. Ninguna
respuesta era válida para mí.
Por años tomé hilos prestados para tejer una manta que me ayudara a ahuyentar el frío indecoroso de mi casa, y ahora, precisamente, ahora, que recuperé mi nombre, la gente fríamente me llama “la divorciada”, como si el calor de la vida estuviera negado para mí y mis circunstancias siempre quedaran por encima de mi propia identidad. Por eso me cuesta tanto decir cómo me llamo, mi marido, mejor dicho exmarido, casi me
hace olvidarlo, ahora muchos se esfuerzan en borrar mi nombre de sus bocas.
Fui la primera mujer en recuperar legalmente mi felicidad y apellido de soltera, tras la larga prohibición franquista. A simple vista, eso no parece ningún logro, pero vaya que requiere cojones preferir caminar el mundo sola con toda la sociedad en tu contra, en vez de soportar al marido que provee una falsa seguridad, medios de subsistencia y una evidente frustración. No deberían tildarme de provocadora, libertina, loca o insensata, tampoco aspiro que condecoren mi valentía tantas veces rota y trasnochada.
Soy pionera del fracaso, del fracaso de una crianza que aspiraba condenarme hasta el “que la muerte los separe”, pero sin advertir que los gritos, las vejaciones, la indiferencia, la falta de tacto, la ausencia de caricias, llegarían antes de que mi cuerpo fuese enterrado bajo el ciprés robusto de múltiples huesos que se descompusieron injustamente, incriminados a matrimonios sin amor.
He recuperado mi nombre y apellido. Julia Ibars, X femenino, X soltera. No hay casillas ni espacios para las divorciadas. Quizás hoy no, pero sueño con que mañana será ordinario lo que hoy salta en los telediarios como un reportaje estelar, aunque la felicidad siempre debería acaparar los hechos noticiosos. La secretaria me hace un gesto con la mano para que camine en su dirección. Es mi turno, mejor me apresuro para que las que vengan después de mí tengan las mismas oportunidades que yo.
-¿Motivo de la consulta?
-Quiero retornar las gafas. Puedo ver.