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Desde pingyun

Desde Pingyun

Imagen redactado por
Por: Claudia Alejandra Uzcátegui Davila
15 de octubre 2025
Estatua rota de una mujer sosteniendo una balanza

En Pingyun, la noche nunca cae. Los niños son trasladados a sus trabajos en filas indias, sujetados unos a otros por aros oxidados en sus esclavizados pies. Sus harapientas e inocentes caras, preguntan a los transeúntes extranjeros la hora, con la esperanza que respondas cinco o seis de la tarde, según entiendo, es la hora de tomar agua y descansar. Si dices doce del día, un suspiro largo y exhausto llega hasta tu moralista conciencia occidental. Un deseo de llevarlos a casa, darles un baño y no dejarlos salir, se apodera de ti, pero la idea rápidamente se esfuma al hacer contacto con la escabrosa realidad. Hoy, tampoco lo vi.

 

Todos los días me despojo de cosas que están fabricadas sobre huesos de niños. Se aproxima mi desnudez, para el resto es más fácil consumir lo que aquí se produce masivamente. Sus pequeñitas manos se han vuelto indispensables en ciertas labores, principalmente en el ajuste de piezas pequeñas de aparatos electrónicos. Quedaré incomunicada.

 

Ayer salí con esperanza a buscar bajo el aire denso y contaminado. Un niño de escasos cinco años preguntó la hora, el resto de la fila se unió en un coro de lamentaciones a su pregunta. Le dije a su cara ennegrecida por el carbón, Andy. Le llamé como a mi hijo raptado para ser explotado en esta catacumba viviente. Vi la noche en sus frágiles ojos, escondida del día que no da cabida a la infancia. Me dijo mamá, con la ilusión de que pagase por él y le rescatara.