La casa de los orgasmos

Me propuse coleccionar y absorber absolutamente todos sus orgasmos. Sabía que era una apuesta alta, pues su ímpetu sexual traspasaba cualquier libido que hubiese conocido, incluso la mía propia.
Al principio creyó que era broma. Le dije que sería estricto en el asunto. No podía sentir ningún orgasmo en mi ausencia. El acuerdo iba aparentemente bien, pero un día decidí llegar a media tarde a casa y la encontré acostada en la terraza con los rayos de sol sobre su flamante pubis y el pene barato y plástico entre sus piernas que sacudían todo el edificio.
Tuve que asistirme con la pared para no perder el equilibrio, producto del sacudón del que era víctima sin serlo. Queriendo serlo.
-Andreina. Pronuncié su nombre indignado, pero eso pareció detonar el orgasmo que se esparció con un sutil pero contundente jadeo por toda la casa.
-No, Andreina. No sin mí.
-Estuviste allí.
-Pero.
-Sabría que vendrías.
No tuve más remedio que creerle después de la felación que me practicó. Mi orgasmo encontró el suyo que minutos antes se había escapado a las ollas de la cocina. Se encontraron cerca del tazón que Andreina nunca usa. Jamás cocina, necesita hacerlo, otras cosas le quedan mejores.
No podía trabajar, dormir, comer en paz. Sus orgasmos parecían no dar tregua a mi mente. Empecé a chequear las páginas web que visitaba, abría la puerta del baño sin avisar, llegaba más temprano a casa, olía su vagina para descifrar el olor a plástico o cualquier cosa que diera indicios que obtenía orgasmos sin mí.
-Youporn, Porhub, Xvideos, un sin fin de páginas pornográficas develaron lo temido. Abrí la puerta del baño con su teléfono en la mano cuando descubrí lo peor. La libreta del engaño.
Andreina escribía y fabricaba personajes con nombres, vidas, intereses, fetiches, morbos, inclinaciones sexuales. Los satisfacía todos en su imaginación, era insaciable. Era una prostituta mal pagada literaria. Las descripciones de sus orgasmos, sin embargo, eran bastante creíbles. Todas las había experimentado yo.
Recogí todos sus juguetes sexuales mientras Andreina intentaba darme explicaciones que no lograba escuchar. Sus escandalosos orgasmos se reproducían en mi cabeza. Con el falo erecto, me marché de la casa de los orgasmos. Andreina quedó en ella con todos sus amantes, capaces de satisfacerla más que yo. Tenía cien vidas, mil vidas, imposible estar en todas ellas.
Sigo preguntándome ¿por qué no podía verter todos sus orgasmos en mí?
A veces paso por enfrente de la casa. Hoy presencié tres personas realizando un estudio topográfico en la zona. Me acerqué al ingeniero: -Los vecinos quieren entender los temblores inexplicables y frecuentes en el barrio.